Los iconos son como fieras con dientes largos; una vez que salen de su jaula, no hay forma de que vuelvan sin hacerte daño. Hace cinco años, la película de Todd Phillips, el Joker, recibió tanto entusiasmo como perplejidad. Algunos celebraron su propuesta autodestructiva y perfecta, mientras otros advirtieron sobre los riesgos de convertir el nihilismo en algo «cool».
El Joker de Joaquin Phoenix, en contraste con el de Heath Ledger en El Caballero Oscuro, se convirtió en un símbolo de protestas alrededor del mundo. La reciente secuela, Joker: Folie deux, no es una continuación estricta, pero explora los eventos fuera de la película original. La narrativa de la película a veces se estanca en su estética visual, pero logra un resultado deslumbrante y admirable.
La película se sitúa justo donde Joker terminó, explorando la dualidad del personaje principal y llevándolo a sus extremos. La historia salta entre la realidad y la fantasía, abordando la esquizofrenia del protagonista como un reflejo de la nuestra. La película desafía a sus seguidores más acérrimos y presenta una subversión escénica entusiasta.
Joker: Folie deux se revela como una película que desafía a sus fans más extremos, y sigue explorando la violencia de la primera entrega de forma abstracta y gráfica. Con una fotografía nostálgica y una narrativa compleja, la película logra mantener el equilibrio entre lo clásico y lo novedoso.
En definitiva, la película invita a cuestionar la dualidad del protagonista y nuestras propias contradicciones como sociedad. Joker nos desafía a reconciliar las partes oscuras de nuestra naturaleza y nos confronta con la realidad de un mundo en crisis. Es una película que no dejará indiferente a nadie, y que nos recordará que el Joker puede estar más cerca de nosotros de lo que pensamos.
