Hablar con Josep Dosta, fundador de la marca de gafas de sol y vista Woodys, es transitar por decenas de anécdotas improbables, situaciones surrealistas y miles de obstáculos superados de las formas más random.
Con apenas 23 años y sin tener idea en diseño de gafas montó Woodys, una firma fruto de una casualidad que en una década de existencia factura 18 millones de euros. «Yo practicaba wakeskate [una suerte de skate en el agua] de forma profesional [fue campeón de Europa en dos ocasiones], y un día, en el pantano de San Juan (Madrid) se me cayeron las gafas y se hundieron. No me podía creer que no existiera una marca de gafas que flotaran. Así que me puse a fabricarlas con madera reciclada de las tablas de wakeskate».
Gafas de sol y de vista de la colección otoño-invierno 2024 de Woodys.D.R.
Cómo empieza alguien sin tener ni idea de gafas a fabricarlas con su propia firma?Yo trabajaba en una empresa que hacía accesorios para Inditex. Y también me dedicaba profesionalmente al wakeskate. Cuando se me cayeron las gafas en el pantano de San Juan pensé que no era posible que no hubiera gafas que no se hundieran. Investigando encontré una marca en Austria muy premium, hechas a mano y para un público con mucho poder adquisitivo. Y convencí a mi jefe para hacer una pequeña producción con madera laminada reciclada de las tablas wakeskate. Eran unos diseños chulísimos. Las presentamos a Zara, a Pepe Jeans, Sfera… A todo el mundo le encantaron, pero querían pagar muy poco y no nos interesaba. Además, la empresa donde yo trabajaba cerró y tras proponerle a mi jefe montar una marca juntos, él vio que no era su momento. Y yo me lancé solo.
¿Y cómo te atreviste con solo 23 años y sin tener ni idea?
Yo en realidad quería irme a vivir un año a Byron Bay, a Australia, a hacer surf y trabajar en un chiringuito que se llamaba Woody’s Surf Shark. Pero decidí montar la marca, que se llama Woodys porque las primeras gafas estaban hechas de madera y también en homenaje al chiringuito. Pero no tenía dinero y mi padre, que era empresario, no quería ayudarme porque no se fiaba. Me gustaba mucho el wake, salir de fiesta… Pero al final me dejó 12.000 euros para probar. Fabricué una primera colección y las fotos y catálogos las hice con amigos, mis abuelos… Iba óptica por óptica a venderlas en Vic [donde vive], y con mi hermano y una amiga nos fuimos en autocaravana a la feria Silmo de París. No podía ni pagar la luz del stand, que eran 1.200 euros. Allí un cliente me dijo en una de las fiestas a las que fuimos que las gafas eran una mierda, pero que me las iba a comprar porque le habíamos caído simpáticos. Y entonces mi padre ya me dejó otros 40.000 euros. ¿Dónde fabricabas las primeras gafas?
En España, pero salía muy caro. Después me fui a China, estuve dos meses allí visitando fábricas. Era la primera producción grande que hacíamos después de la feria de París y pasé cuatro días encerrado en un despacho de 3×3 comiendo arroz, bebiendo Coca-Cola y revisando una por una las 3.000 o 4.000 gafas. No me fiaba. Pensaba que si me enviaban a España las gafas mal, me iba a arruinar.
Aunque las primeras gafas de Woodys estaban hechas con madera reciclada, hoy ha tomado el relevo el acetato brillante.D.R.
Cómo se llega en solo 10 años a tener presencia en más de 75 países y facturar 18 millones de euros? Trabajando como un animal. Yo me cogía un avión y me iba a Helsinki, por ejemplo, y me presentaba en la mejor cadena de ópticas del país. Sin cita ni nada. Y me recibían alucinados, claro. Tuve que contratar una profesora de contabilidad porque ni había estudiado ni tenía idea de números. Me fui formando sobre la marcha. Además, como en 2013 en España estábamos aún en plena crisis y la gente no tenía dinero, empecé a vender fuera, en Francia e Italia. He trabajado mucho, lo he pasado muy mal, también muy bien. Y ahora vivimos una época muy bonita porque hemos crecido mucho y tenemos dinero para hacer cosas muy chulas. Hoy tengo una red de 60 comerciales en toda Europa y distribuidores muy potentes. ¿Y cómo pasas de hacer gafas de madera a hacerlas en acetato, como las que hoy triunfan en Woodys?El primer año facturé más de un millón de euros, el segundo casi dos millones… Pero a partir del tercero las ventas empezaron a bajar, fue la primera crisis fuerte de la marca. Las gafas de madera habían pasado de moda. Y fue cuando pensé en hacer un cambio. Todo el mundo se me echó encima porque me decían que Woodys tenía que ser de madera, también por su nombre. Pero decidí pasar al acetato sostenible y con color, para mantener la identidad. Y hacer diseños más moda. Y con este cambio volvimos a crecer. Celebrities estadounidenses como Taylor Swift, o Reese Witherspoon han llevado Woodys. ¿Cómo se siente cuando lo ve?
Cuando se las vi a Taylor Swift flipé. Pero cuando Demi Lovato no se las quitó en un concierto que dio en EE UU. delante de 40 o 50.000 personas, fue alucinante. En Vic la gente no se lo creía, pensaban que eran fotos fake. Ahora ya no tanto porque hemos empezado a salir en prensa. Pero la primera celebrity que llevó unas Woodys fue Cristina Pedroche, muy al principio. Vi en Facebook que tenía 600.000 seguidores y le envié un mensaje presentándome y diciéndole que me encantaría que las llevara. Me contestó un día que yo estaba de cervezas con amigos, me decía que ella cobraba pero que le gustaban tanto que lo haría gratis. Y así fue. Después, muchos famosos empezaron a pedirme gafas gratis y cobrando por postearlas. Pero yo no tenía un duro.
Los diseños de Woodys son brillantes y coloridos.D.R.
¿Qué opinión le merece el fenómeno de las gafas low cost?Cuando la calidad es baja la salud visual peligra. Eso es una realidad. Además, nosotros no vendemos en cadenas, no nos gusta el servicio que ofrecen. Queremos el buen trato de la óptica tradicional o independiente, con ópticos profesionales y donde si no lo necesitas no te van a vender. Y si te venden, va a ser un producto de buena calidad y que te convenga. Con un buen servicio. No son vendedores sin más. En España mucha gente compra gafas incluso en los mercadillos y no somos conscientes de los perjuicios de usar una gafa de mala calidad. Se puede traducir en problemas de salud visual. Doy fe de que las gafas Woodys tienen un brillo muy especial, llama mucho la atención. ¿Cómo se consigue?
Cada gafa Woodys pasa por unos 120 pasos. En las fábricas pulen las gafas baratas de seis en seis, y nosotros las pulimos una a una y todas a mano. Y ponemos el acetato en el horno dos semanas antes para que sea más resistente. Hacemos gafas de mucha calidad, diseñadas en Vic y fabricadas en China con el mejor acetato italiano sostenible.
¿Tenéis algún best seller?
En realidad no. El 80% de nuestras colecciones se renueva cada año, siempre hay cosas nuevas. Lo que gusta mucho de la marca es que hacemos gafas de acetato con muchos colores y diseños muy únicos y elegantes. Y muy originales. Y se venden muy bien. Ahora sacamos Atelier, una nueva colección de más calidad y más premium.
¿A quién te gustaría ver con tus gafas que aún no las haya llevado?
A alguien interesante, que haya hecho algo por la sociedad. No sé, a Barak Obama, por ejemplo. Pero si viera de repente a Donald Trump con ellas también me haría gracia. Cuando echas la vista atrás ¿qué piensas con lo conseguido en solo 10 años?
Hay gente que me preguntaba hasta hace poco si con esto me podía ganar la vida. ¡Yo no entiendo cómo ha podido salir bien! [Risas].